Por Hugo Betancur
La vida es demasiado simple desde un estado de entendimiento voluntario y sincero que hayamos emprendido. Si logramos establecer en nuestra mente un propósito de comprensión e integración en la relación con el conjunto que nos rodea, podemos expandir nuestra consciencia y ver más allá de las apariencias.
En la intención de la paz, cada mente baja a buscar las razones del corazón y cada corazón sube a buscar las razones de la mente; se encuentran en un punto intermedio donde los dos expresan al unísono su sabiduría.
En la intención del conflicto y la violencia, las mentes están tan distanciadas del espacio del corazón que siguen procesos dementes de ataque y separación que se convierten en su yugo: el adversario que vence no deja de ser adversario y el adversario vencido aumenta su resentimiento y su hostilidad, lo que propicia una venganza o una retaliación -que acometerá después para arrogarse la victoria no alcanzada.
Somos espectadores y actores en ese campo de observación y de acción en que experimentamos nuestros procesos de existencia. Todos nuestros actos tienen consecuencias para nosotros y para los demás. En ese escenario llamado vida realizamos nuestros aprendizajes –que pueden ser solidarios y constructivos, o que pueden ser egoístas y disociadores, según las elecciones que hagamos.
Los conflictos son frecuentes, caprichosos y muy funcionales entre adversarios: sus egos parecen refocilarse morbosamente en la repetición y mantenimiento de las rutinas de irritabilidad, reproches, culpas, acusaciones, ataques y defensas.
Quien construye una fortaleza para lo que denomina su seguridad y su protección, se refugia y se aísla tras sus gruesas murallas, dispuesto a esgrimir o activar sus armas cuando su identificado o presunto enemigo se acerca o realiza movimientos perturbadores. La fortaleza que ha construido lo condena a la inmovilidad y al receloso retiro.
Todas estas estrategias y tácticas del ego son agotadoras.
Las relaciones emprendidas desde esa dimensión del ego infantil que debe ser servido o del ego adulto ambicioso que debe ser satisfecho y obedecido, se convierten en una competencia donde ofrecemos a otros la posibilidad de aceptación y complacencia sólo si se someten a nuestros requisitos y demandas.
Alguien se subyuga o se sacrifica para que otro u otros predominen o establezcan su territorialidad.
Esto ocurre con frecuencia en las relaciones familiares enfermizas y dictatoriales o autoritarias; ocurre en las instituciones donde los dirigentes o mandos operativos establecen sus dominios; ocurre en las relaciones especiales entre dos que se autonombran como pareja –allí cada uno asigna al otro unos papeles y comportamientos que debe cumplir perentoriamente, mientras los dos interactúan en intercambios retributivos y exigentes, donde lo negativo atrae una reacción rabiosa y hostil inmediata o una deuda por cobrar en el tiempo futuro, y donde lo positivo es recompensado o valorado calladamente como obligatorio.
(La institución matrimonial y las relaciones de los políticos han sido destacadas como las asociaciones representativas de la mentira y de la farsa por las condiciones forzosas exigidas como clausulas inobjetables de un contrato, que unos deben cumplir ceñidos a la letra y que los otros transgreden a su antojo, provecho y ventaja.)
Donde las relaciones están impregnadas por estos egos avasalladores, la supuesta armonía instituida es una mentira que conlleva a rituales de convivencia y asociación muy rígidos y separadores, aunque los protagonistas invoquen sus más elaborados argumentos de éxito y quimérico amor: falta allí la alegría relajada y confiada, falta la risa que se despliega por sí misma, sin reservas, (fluida y natural como una pequeña mascota que expresa su emoción en saltos ágiles e incontenibles) faltan las voces cordiales que hablan amistosamente, sin tensión en las líneas del rostro.
Sólo donde dos o más se hacen uno, la paz del ser se instala afablemente; una cálida confianza invita a los presentes a valorarse como aliados regocijados -allí los ataques y las defensas son innecesarios; allí sobran las estrategias y los pactos de conveniencia.
Todo lo que sea diferente es la paz del mundo: los adversarios que viven sus vidas guarecidos, astutos, calculadores, lo que a la larga los lleva a la desesperación, a la frustración y a los conflictos resentidos que alimentan sus fobias y su infelicidad –estos adversarios son los conformadores de las guerras sucesivas que provocan la proliferación de héroes anónimos aniquilados* y de supervivientes traumatizados o lisiados.
EPILOGO:
"Si no hemos logrado un entendimiento de los conflictos atravesados que nos permita un estado de paz y comprensión en nuestras mentes, entonces nuestras relaciones presentes son una expresión constante de las mismas viejas pugnas no resueltas."
Hugo Betancur (Colombia)